Mi historia comienza en una pequeña aldea del norte de Pelarguir, mi padre era el mejor herrero de la zona, muchos venían a la aldea buscando las maravillosas capacidades de mi padre a la hora de herrar, forjar y reparar objetos de metal. Pero una de las cosas por las que era más conocido era por su método revolucionario, en estas tierras, de templar el metal.
Su acero tenía una consistencia especial, según mi padre lo había aprendido hacía muchos años en el Harad, pero eso lo mantenía en secreto; nadie quiere compara espadas si están haciéndolo con las técnicas del enemigo. Pero ese acero tenía una gran calidad, mi padre se encerraba en su forja a cal y canto cuando le encargaban una espada, durante horas y días se apartaba del mundanal ruido, como si fuera un ermitaño asceta.
Cuando tuve edad para aprender el oficio yo me encerraba con él para así conocer esa extraña habilidad. Mi padre compraba pieles a los tramperos de la zona, las amontonaba en bloques de 20 pieles y los anudaba formando un bloque compacto de pieles, una vez formados esos bloques los guardaba en una pequeña habitación dentro de la forja, protegida por una puerta a la que se le había añadido una manta que se humedecía continuamente para evitar incendios.
El procedimiento consistía en introducir la pieza de acero, aún al rojo vivo, en uno de los fardos de pieles; eso, según decía mi padre hacía que el acero se endureciera. Pero no sabía a ciencia cierta el por que de esa dureza adquirida. Según mi padre en el Harad se introducía en el cuerpo de un esclavo o de un prisionero de guerra. Mi padre creía que eso era una práctica bárbara, y que probó, durante su estancia allí, otras sustancias que pudieran llegar a dar esa dureza al acero que forjaba.
Me instruyó casi diez años, hasta que fui reclutado por las levas de Pelarguir. Las incursiones de los Piratas de Umbar se habían hecho más insistentes y frecuentes. Aunque mi padre intentó convencerme de que me podía negar, pero en esa época de juventud me llamaban las aventuras y el conocer lugares nuevos. Me uní al destacamento en tierra de los infantes de Pelarguir, durante seis meses fuimos instruidos en las técnicas de lucha y en las técnicas de navegación y combate naval.
Tras esos seis meses me destacaron en la dotación de un barco de combate que patrullaba las costas de Gondor, el nombre del navío era El Temido, un viejo cascaron con 20 remos por estribor y 20 por babor; tenía un mástil con una vela cuadrada, también poseía un espolón para embestir a las naves enemigas; ese tipo de navíos se denominaba liburna.
Tuvimos mucho trabajo durante meses, hundimos un par de barcos ante las costas de Anfalas, como las estrategias de los corsarios habían cambiado, se nos introdujo en un grupo de embarcaciones. Éramos tres navíos, otra liburna el Delfín, y una Galera, La Bendición de Ulmo, que servía de buque insignia; la galera impulsaba sus remos con la fuerza de delincuentes con delitos de sangre o de prisioneros de otros navíos corsarios apresados, eso hacía que su dotación de infantes estuvieran más descansados en el combate. A nosotros nos tocaban turnos de remo de varias horas.
Durante cinco años el Temido hizo honor a su nombre, y acompañada del Delfín y de la Bendición de Ulmo mantuvieron la paz en las costas cercanas a Anfalas. Pero durante una incursión corsaria a los pueblos costeros, nos encontramos con una tormenta imprevista y de una magnitud jamás vista por aquellas costas, durante el atardecer pudimos divisar un trirreme que se acercaba demasiado a la costa, según el vigía, le había parecido ver la insignia o el emblema de una embarcación de la Isla de Tolfalas, pero no podía asegurarlo.
La embarcación fue perdida de vista antes del anochecer, la tormenta arreció durante la noche, fue algo espeluznante, los mamparos crujían y algunas de las jarcias fueron arrancadas por el viento, tuvimos que recoger el velamen. Perdimos a dos buenos hombres, el viento aullaba como si las almas del infierno hubieran venido a llevarnos al mismísimo averno. Y las olas eran tan espantosas que parecían las Oscuras fauces de Carcharoth, aquel que devoró la mano del malogrado Beren. Los hombres murmuraban peticiones a Ulmo y a la Reina de las estrellas para que guiaran al navío lejos de las rocas cercanas a la costa, y aplacaran la Cólera del mar.
La luz de la mañana nos trajo la calma y la triste noticia de la pérdida del Delfín, la Bendición de Ulmo había sufrido graves daños perdiendo el velamen y parte de uno de los mástiles, nuestro navío había sufrido daños pero de menor consideración, gracias a la fortuna y a la experiencia de nuestro capitán, un marino curtido en grandes tormentas.
Pensábamos que nuestros infortunios habían terminado, cuando el vigía anunció ver velas negras en el horizonte. Nos preparamos para el combate, pero apareció la desolación en los ojos de muchos marineros cuando descubrimos que una de las dos naves que se acercaban era el Fuego de Umbar. Un barco conocido por todos por su capacidad de destrucción.
En el primer ataque, la nave que acompañaba al fuego de Umbar, con una serpiente marina sobre campo rojo; embistió al Bendición de Ulmo, la nave no tenía empuje ni maniobrabilidad y era una presa fácil, pero sin embargo su dotación peleó con bravura y se hizo con el control del barco corsario, Eso nos dio bríos y nuestras fuerzas se vieron aumentadas, en nuestro combate era más duro, jugábamos al ratón y al gato con el fuego de Umbar. El navío corsario era más pesado, pero tenía su velamen completo y nosotros teníamos algunos desgarros en la vela y estábamos agotados tras la tormenta. Poco a poco nos dieron caza, el primer ataque que recibimos fue fuego arrojado desde una de sus catapultas, e impactó en la cubierta de estribor, pero algo extraño, al arrojar agua sobre la cubierta el fuego se intensificó, el capitán puso rumbo a la cercanía del otro barco corsario, tomado por la dotación del Bendición de Ulmo.
Faltaban algunas decenas de metros cuando el Fuego de Umbar nos abordó, peleamos con furia, pero la dotación del navío corsario nos superaba en número. Caí herido por el hacha de uno de los corsarios que me cercenó la pierna derecha por debajo de la rodilla y perdí el conocimiento.
Cuando desperté me encontré en el barco corsario, pero rodeado de mis compañeros; me contaron que la nave apresada había acudido en nuestra ayuda cuando lograron desenganchar la nave del Bendición de Ulmo que se estaba hundiendo, el combate se había recrudecido y cuando todos pensaban que había llegado el final del Temido, aparecieron dos navíos de nuestra flota que hicieron que el fuego de Umbar se diera a la fuga.
Al llegar las dos naves de nuestra flota acudieron en nuestra ayuda y no persiguieron al Fuego de Umbar, su fama le profería cierto carácter mágico y se dedicaron a ayudarnos y curar nuestras heridas.
Al llegar a Pelarguir, se nos llevó a los heridos a las casas de curación, donde se nos intentó sanar las heridas, pero sin embargo perdimos varios compañeros a causa de la pérdida de sangre o de infecciones posteriores.
El capitán y varios compañeros me visitaron mientras se reparaba el Temido, el navío apresado pasó a formar parte de la flota de Pelarguir y le fue entregado a la dotación del Bendición de Ulmo, se le cambió el nombre por Suerte del Infante, en conmemoración a la fortuna que nos salvo de perecer en el combate con el Fuego de Umbar. Recibí también una grata noticia, el Delfín había aparecido en puerto con los mástiles destrozados, parece ser que perdió el rumbo en la tormenta y tras perder los mástiles el capitán había ordenado retirar los remos para preservar por lo menos un medio para moverse por el mar y no acabar a la deriva.
Tras varios meses de recuperación fue licenciado del servicio, se me asignó una paga por heridas de guerra y se me recomendó volver a casa. Mi aventura en la flota de Pelarguir había durado 7 años y como recompensa había perdido parte de mi pierna derecha, que había sido sustituida por una pobre copia en madera. Sólo me quedaban dos opciones: volver junto a mi padre y acabar mis días como herrero o acabar como un pobre borracho de los que pululaban por el puerto contando historias sobre batallas y viajes a cambio de bebida.
Opté por la primera opción, así que me armé de valor y tras despedirme de los que tras varios años habían sido mis compañeros, vivos y muertos, y me encaminé hacia la pequeña localidad donde ejercía su oficio mi padre. Con la paga que había recibido al licenciarme puede comprar un buen caballo de tiro y un carro, un poco destartalado pero que se mantenía en pie.
Al llegar a Sungyr, así era como se llamaba la aldea donde crecí, me encaminé hacia la zona norte de la población, donde estaba la forja de mi padre, al ir acercándome pude ver la figura de mi madre esperando junto a la entrada de la vivienda, pude ver que sonreía y que miraba con dulzura.
Gritó algo y corrió hacia mí, llegó junto al carro y me agarró la mano, si la visión de la pierna de madera la turbó, no lo demostró sus lagrimas eran de alegría por tener de nuevo a su hijo en casa. Me ayudó a bajar del carro y a llevar el caballo a la parte posterior de la vivienda donde se encontraba el establo.
Justo cuando me encaminaba ayudado por mi madre hacia el establo apareció mi padre, un hombre grande y tosco, que engañaba con su aspecto, pero que era poseedor de un gran corazón, se acercó a mi corriendo y me abrazó como un oso, tenía lagrimas en los ojos pero ni él ni mi madre hicieron referencia a mi nueva fisionomía.
Les puse al día de mis últimas experiencias, las cartas que les escribía eran pocas debido a que estaba siempre embarcado y pocas veces atracábamos en puerto el tiempo suficiente para mandar cartas a nuestras familias.
Así fue como llegue a ser un herrero de renombre, mi padre y yo podíamos ahora hacer mayor número de encargos, lo cual hizo que el trabajo de calidad de nuestra forja, se conociera en ciudades importantes del reino de Gondor, algunos de mis compañeros venían a visitarme cuando tenían permiso y a veces nos hacían encargos, la calidad de nuestras armas se corrió por la flota y eran muchos los pedidos que nos llegaban desde Pelarguir, tanto que mi padre tuvo que buscar nuevos suministradores de hierro e incluso tomamos dos aprendices a nuestro cargo.
Así transcurrieron 4 años, la aldea empezó a prosperar, eran más los mercaderes que paraban en la aldea y se construyó una taberna para darles alojamiento. Incluso un día apareció ante la puerta de mi casa el mismísimo capitán del Temido, estaba alojado en la taberna, algo que no acepté, mientras estuviera allí estaría establecido en mi casa y no aceptaría una respuesta negativa. Así que sin escuchar sus quejas agarré sus pertenencias y las acomodé en una habitación que había acondicionado en mi casa. La forja había dado suficiente como para tener mi propia casa separada de la de mis padres.
El capitán estuvo varias semanas poniéndome al tanto de las noticias de la flota, que no podías contarme los marineros que venían por los pedidos. Me comentó que hace varios años que el fuego de Umbar no se había visto en el mar y que se rumoreaba que había sido presa de una tormenta y que sólo Ulmo había podido acabar con él y su tripulación, pero que nadie había encontrado restos que confirmaran esas noticias.
Al acabar su permiso entregue al capitán una de mis mejores espadas, pidiéndole que diera buen uso de ella, y que le concediera fortuna en el combate.
Al año siguiente de la partida del capitán del Temido, la tierra tembló, y llegaron noticias que la gran torre de Pelarguir había sufrido daños y se solicitaba la ayuda de todos los que pudieran ayudar a la reparación de la torre. No podíamos dejar la forja, pero muchos de nuestros convecinos se encaminaron hacia Pelarguir, así como de las grandes ciudades de los alrededores.
Hubo mucho movimiento de gentes los meses siguientes y muchos pasaron por Sungyr, trayendo noticias en uno u otro sentido. Un día mi madre llegó a la forja muy excitada, había escuchado que en el norte había un pueblo fortificado que contaba con una fuente milagrosa que curaba las heridas y era capaz de restituir los miembros amputados, me sorprendió que mi madre creyera en esas patrañas, y le dije que eso eran cuentos de viajeros, ella insistió y le prometí que cuando acabaran los pedidos iría a esa Milagrosa ciudad de usûlun; mi madre sabía que los pedidos no acabarían nunca.
Durante ese invierno mi madre cayó enferma, y por muchos sanadores que la visitaron no se pudo hacer nada, la fiebre la envolvía y la arrastraba a un mundo de dolor y sufrimiento que hacía que mi padre viera como el amor de su vida se consumía ante sus ojos sin poder hacer nada. La enterramos dos semanas después en una colina cerca de casa en la que solía descansar mirando el cielo y los pájaros, allí donde de pequeño me enseñó los nombres de las cosas y me contaba historias de los grandes señores de Gondor. Y para recordarla mi padre forjó una estela de su mejor acero, y gravó su nombre para que perdurara siempre, allí con letras de acero selló su corazón mi padre, su preciosa Ironil descansaba en el lugar donde se habían prometido amor eterno.
Mi padre se volvió un ser taciturno, a veces lo encontraba su aprendiz mirando una pieza de hierro al rojo vivo, mientras susurraba el nombre de mi madre. Se olvidaba de comer, a veces se perdía de camino a casa desde la forja y vagabundeaba por la colina donde estaba enterrada mi madre. Tres meses después de la muerte de mi madre, encontré a mi padre sentado en la mesa de su casa, me había extrañado no verlo en la forja y su aprendiz me había dicho que había estado en su casa y que no había contestado a sus llamadas a la puerta. Me preocupé y entré, allí estaba sentado me acerque y vi que no reaccionaba ante mi presencia, fui dando la vuelta a la mesa y pude ver que mi padre sostenía algo entre sus manos, me acerque y le toqué, su piel estaba fría, debería llevar varias horas muerto, entre sus manos sostenía el anillo de mi madre y el suyo, dos aros de acero pulido que mi padre grabó, con sus nombres, como regalo de bodas. El llanto atenazó mi garganta y durante un tiempo solo pude llorar desconsoladamente por la pérdida de mi padre.
Lo enterramos junto a la tumba de mi madre, acudieron muchos vecinos para despedirse, forjé una estela en la que grabé el nombre de mi padre, Corad, y la coloqué junto a la de mi madre, esa colina había sido testigo de sus primeros amores y ahora sería guardián de su amor eterno.
Ahora ya nada me unía a mi aldea, traspasé la forja a los dos aprendices pero yo recibiría un porcentaje del dinero que se ganara a cambio de que yo les mantuviera la clientela, un negocio con éxito seguro y los dos aprendices habían adquirido habilidad suficiente para seguir con el trabajo sin que la fama de la calidad de la forja de mi padre se viera mermada.
Arregle la venta de mi casa, quedé con ponerme en contacto con mis dos aprendices para que mis ganancias fueran enviadas a un banquero de la ciudad de Dol Amroth, conocido de mi padre y hombre de confianza, ciudad que estaba más cerca del milagroso pueblo de usûlun del que habló mi madre, y me dispuse a despedirme de mis padres, lloré desconsoladamente ante las tumbas de ambos, es algo de lo que no me arrepiento, y juré a mi madre que buscaría esa fuente milagrosa en la que ella había creído.
Monté en el carro que me llevó de vuelta a mi casa hace ya seis años y me encaminé hacia el nacimiento del rio Ringló donde se encontraba ubicada la ciudad de usûlun, tras varios meses de viaje llegué a Dol Amroth, donde me reuní con el Sr. Larodruck al que puse al tanto de mis negocios y al que pregunté por la ubicación exacta de usûlun, él me comentó que había escuchado algo de los habitantes de esas tierras, y que conocía a alguien que me podría poner al tanto de su ubicación y ponerme en contacto con alguien del gobierno de la ciudad. Tras llevar una semana en Dol Amroth el Sr. Larodruck me llevó a conocer al señor Spa, un prestigioso herrero conocido en todo el territorio de Gondor por la calidad de sus trabajos.
El señor Spa, un hombre de cierta edad pero todavía con la fuerza suficiente en su interior para seguir muchos años forjando prodigios, nos atendió con mucha cortesía y cuando descubrió quien era yo y de quien era hijo me trato con mucho respeto, algo que me sorprendió, resultó que mi padre había sido su alumno antes de marcharse a Harad a aprender la técnica del Damasquinado, y que cuando volvió al primero que visitó para informarle de su descubrimiento fue a su antiguo maestreo el Sr. Spa, ese secreto que mi padre se llevo a la tumba me dejó turbado, por que el señor Spa me comentó que mi padre se carteaba a menudo con él y que fue el mismísimo señor Spa el que había informado a mi madre de la existencia de esa fuente milagrosa.
En total estuve en la ciudad dos meses en los cuales estuve ayudando al Sr. Spa con sus pedidos en la forja, era un alivio notar el martillo otra vez en mis manos, y él lo sabía me informó que en usûlun haría Falta un herrero como yo, si llegado el caso me decidía a establecerme allí. Me escribió una carta para una de las dirigentes del pueblo y otra para un buen conocido suyo que podría ayudarme a establecerme el Sr. Dîn un enano de corazón noble muy apreciado por el señor Spa.
Y esa es mi historia señora y señores, y tras esta larga historia nada mejor que decir mi nombre, me llamo Morn.
Y les ruego que si lo creen conveniente o me creen merecedor de ello me llevaran a la fuente de la que todos hablan, para después de casi 7 años poder volver a recuperar mi pierna como me hizo prometer mi madre, si eso fuera posible. Y me gustaría establecerme aquí como me propuso el Sr. Spa.