El tullido en su trono se removió inquieto, tenía una sensación en la base del cráneo que iba más allá del dolor familiar y profundo que siempre lo invadía. Los tiempos cambiaban incluso para aquellos recluidos en los Reinos Pálidos, habían cambiado con la derrota de un Rey y el ascenso de Dos Reinas. Sonrió, sonrió recordando como había empezado todo. Recordando tiempos muy antiguos cuando era un Hombre que caminaba por el mundo, con sueños y esperanzas, con vida en los ojos. Casi podía ver como había crecido en poder, atesorando armas y magia y como había sido su caída, terrible, hacia los infiernos.
Pero ya estaba más allá de todo aquello, al final de su descenso había aceptado su Destino, aunque jamás se creyó atado a él, había aceptado aquella Corona que drenó sus fuerzas y vida para darle un poder sobre Hombres y Demonios. Se convirtió en lo que había querido, un Señor entre Señores, alguien que jugaba con fuerzas capaces de otorgar la Muerte definitiva en un lugar plagado de ella. Su Reino, casi en el exilio, se convirtió en el Primero o el Último, según se viese, era el primero para las almas condenadas y el último en la jerarquía de poder, miedo y terror que gobernaba los Reinos Pálidos.
El tiempo no era nada para él pues nada es para un alma inmortal y las Dos Reinas gobernaron con dureza y justicia, concepto este último olvidado en aquellos reinos, e incluso él, el último entres sus pares les rindió pleitesía absolutamente deslumbrado por la belleza y la fuerza que desprendían las dos mujeres. Los señores cayeron y otros se alzaron y las almas caídas en desgracia siguieron llegando y él siguió cumpliendo su papel, siendo el primero en recibirlos y aconsejarlos.
Ahora que las cosas habían cambiado y que su memoria era mejor que nunca, era todavía incapaz de recordar aquel día que no había sido siquiera capaz de prever, aquel día en el que había recibido la visita de viejos aliados, aliados que habían caminado por un sendero de sombras como él, viejos amigos que habían sangrado y peleado junto a él cuando aún vivía en el mundo de los Hombres.
Recuerda apenas aquellas palabras quedas, casi susurros cargados de una fuerza y un poder terribles, recuerda las figuras de aquel hombre alto, delgado y vestido de negro; de aquella mujer, pequeña, delgada y fuerte a su lado – “viejo amigo, ha llegado el momento que siempre hemos estado esperando”
– “¿Qué momento, viejo amigo? – dijo el tullido.
– “El momento de vuestra venganza y de que yo pague una deuda antigua” – dijo el Maestro.
– “Ha llegado el momento de derramar sangre de nuevo y de que abandones este lugar sombrío” – dijo Neichí.
– “No quiero volver, no, este es mi sitio ahora” – sollozó el tullido.
– “No, tu obra y tu vida me pertenecen, yo te la devolví, te saqué de aquella prisión de acero y ahora tienes que jugar, querido Tagooga” – dijo Cuervo – “por fin, tendrás lo que ansías desde hace tanto, podrás morir, viejo amigo”.