Héroes son aquellos que, en cada momento, hacen lo que debe hacerse. Serán las crónicas futuras las que juzguen si los usûluni deberían ser llamados así, pero si es cierto que enfrentaron cada dificultad del camino con valor y arrojo.
Tras el triunfo aciago en Badraught reaparecieron las viejas alianzas y promesas, los montaraces del Norte, los restos del antiguo reino de Arnor, ocultos a vistas de todos habían decidido acabar con la amenaza del tirano del sur de Eriador, Ardagor el antiguo Señor de la Guerra que, refugiado en las colinas de Creb Durga, extendía sus tentáculos por el sur del antiguo reino de Cardolan hasta, incluso, el lejano pueblo de Bor Leath. Al fin las injerencias del antiguo servidor del Rey Brujo de Angmar llegarían a su fin o perecerían en el intento.
Beretar, capitán de los Montaraces en ausencia de Aragorn, convocó a la mayoría de los hombres y mujeres de los que podía disponer sin poner en peligro su principal misión y partieron al sur, raudos e invisibles a enfrentarse a un destino incierto. Llamó también a sus aliados, hombres y elfos, del antiguo Norte a unirse en aquel enfrentamiento, pero, bien era sabido, que muchos de los Primeros Nacidos, hastiados por el dolor y la pena de muchas pérdidas han perdido las ganas de vivir y luchar y sólo permanecen en los puertos élficos hasta que pierden la voluntad de vivir y marchan al Oeste.
Así, sin ser numerosos, pero fuertes en voluntad, marcharon al sur, auspiciados por las estrellas y la luna, y recorrieron el antiguo sendero del Sur reuniéndose aquí y allá con viejos amigos, determinados a poner fin al man de Longeband. Y así, aparecieron los usûluni en escena pues Adrahil Belzagar pertenece a los guardianes del Norte y su palabra es escuchada entre ellos como igual en fuerza y en sabiduría.
El antiguo tirano del reino de Cardolan había reconstruido los antiguos fuertes y pueblos, abierto minas y dominado con puño de hierro de orco la región cercana y extendido su influencia mucho más lejos. Pero los montaraces habían elegido el duro invierno de Eregion para atacar para impedir al Señor de la Guerra recibir refuerzos de las tierras más lejanas de su dominio. Así en mitad de una dura tempestad comenzó la campaña de Creb Durga donde los hombres y mujeres del Norte junto con sus aliados de entre los Primeros Nacidos y los hombres de Gondor pusieron todo su arrojo en expulsar para siempre el mal de estas tierras. Tras unos primeros combates acertaron a ver que era demasiado escaso su número y el enemigo estaba demasiado pertrechado, así que confiando en el factor sorpresa se deslizaron en la fría noche superando los puestos de guardia y avanzadillas para internarse en las mismas colinas de Creb Durga.
Pero Ardagor conocía mejor el terreno que sus oponentes y enfrentó al más feroz de sus lugartenientes, Ravambor del Bosque Viejo, al grupo más duro que se internaba en las entrañas de su reino. Los usûluni avanzaron a sangre y acero por las entrañas de la roca luchando contra los orcos, trampas y hechicería que había dispuesto, pero al final en un terrible combate donde el troll negro portaba a Slarne, el hacha roja de la sangre de los Señores de Cardolan, se dispusieron a vender cara su piel ante un enemigo imponente. El viejo troll blandió el arma que tantos sueños había roto, tan afilada que cortaba el mismo humo y se dirigió a Dîn, el Yunque de usûlun. Pero Dîn era un hueso duro de roer, tanto como la misma roca que lo había visto nacer y con la fortuna nacida de la desesperación ante la cercanía de la muerte golpeó con la fuerza de un gigante el Hacha Roja.
Aquel fue su fin pues el Yunque de usûlun demostró ser más fuerte que el Hacha Roja, está rota cayó al suelo y Ravambor, aturdido e incrédulo huyó como si no hubiera un mañana.
Así se puso fin a la tiranía de Creb Durga, sus tenientes huidos o muertos, el tirano desaparecido pero perseguido y cazado en las Tierras Salvajes y, por fin, la Colina de la Serpiente cerrada hasta el final de los tiempos.