Desde que salimos de usûlun, nuestro hogar, hemos sufrido las penurias del camino, el dolor del combate y la afición del que sufre. Pocos momentos de paz y tranquilidad hemos tenido, estos se resumen a unas pocas horas al día delante de la hoguera, donde ni su calidez podía arrancarnos el frío de la noche. Algunas veces Din nos deleitaba con su voz, contándonos historias de su pueblo, de antiguos héroes, de victorias sobre enemigos terribles… Otras Forak nos contaba historias de los suburbios de Dol Amroth, y nos arrancaba unas sonrisas débiles. Aun escasos momentos, nos sabían como el agua fresca o el pan recién hecho, pues nos recordaba el porqué estábamos donde estábamos y que habíamos dejado atrás. Hicimos un juramento y le daremos cumplimiento.
Gracias al destino o a fuerzas que desconocemos, encontramos aliados donde solo había enemigos e hicimos amistades.
Después de Creb Durga, donde una vez más la resolución de unos pocos pudieron con la ambición de muchos, nos encaminamos a un destino donde pocos hombres han estado y donde aún menos son invitados. Un lugar alejado de las miradas de los espías del señor oscuro, donde nuestros enemigos temen seguirnos y donde gracias a los montaraces y en especial a Adrahil, encontramos el descanso y la paz que tanto añorábamos.
Nuestros aliados nos guiaron por senderos que solo se les mostraban a ellos, encontraban signos donde solo ellos podían ver y hablaban con guardianes que solo a ellos les permitían el paso.
Así fue como una vez más los usûlunis, acompañados por Glorfindel de la casa de la flor dorada, pisaron la bendecida casa del señor Elrond, Boveda de Estrellas. No encontraría palabras para describir lo que sentimos al pisar aquella tierra, ni que vieron nuestros cansados ojos al ver la casa de Elrond…. o como nos sentimos cuando nuestra alma vagó sin miedo, por primera vez en mucho tiempo, por los verdes caminos de Rivendel.
Fuimos acogidos como amigos, pues nuestras acciones una vez más viajaban raudas con el viento, y fue Mithrandir quien hablo con palabras amables y bondadosas de las intenciones de los hombres de usûlun.
Aquel que fue elegido para ser el portador de Vilya acogió a los usûlunis con afecto y amistad, les ofreció su casa, restauro sus heridas y les dio descanso y paz.
Una vez recuperados de penas y heridas, tuvieron una pequeña reunión, pero de grandes participantes, pues no solo se encontraban Erestor, consejero de Elrond o Ascarnil, el más habilidoso de entre ellos como explorador, sino también el mismisimo Elrond, Glorfindel y Tharkún. Todos ellos hablaron sobre nuestra misión, y creo que por fin Dolin de la casa Thulin puedo ver luz al final de tan largo camino. Se tomaron decisiones, se discutió sobre otras y se concretaron objetivos, pues todos estaban de acuerdo que aunque formidables guerreros los usûlunis, no eran rival para aquel que se hacía llamar señor de Zarak Dum.
Así que Elrond nos ofreció ayuda y fuimos bendecidos con su generosidad una vez más, dándonos esperanza donde solo veíamos fracaso. Así pues durante tres largos años los usûlunis entrenaron, estudiaron y practicaron en Rivendel.
Glorfindel, de la casa de la flor dorada fue su maestro de armas, pocos hombres han tenido ese honor y los que lo tuvieron, son nombrados aun ahora por sus hazañas y su valentía.
Ascarnil, aquel que ve el rastro incluso sobre el agua, instruyo al que fue llamado Sangresucia, un honor que ninguno de su raza ha obtenido antes.
Aroen, la que fue discípula del mismísimo Tulkas, les enseño los secretos del cuerpo, llevando a límites insospechados la fortaleza de los usûlunis.
El mismísimo Elrond fue maestro de algunos, pues pocas criaturas hay en la tierra que compartan tal don. Su paciencia y cariño tuvo recompensa, pues hoy los usûlunis no son los mismos que salieron de usûlun. Aunque con el mismo objetivo, la amistad y las enseñanzas de los primeros nacidos han hecho de ellos hombres nuevos, con una mayor determinación y una fe aún más férrea.
Después de esos largos e intensos años, los usûlunis se enfrentan a su juramento con fuerzas renovadas y desean ver con un fervor como pocos han visto, a Dolin señor de Zarak Dun volver y reclamar lo que por derecho pertenece a su raza.
Aún quedan sorpresas antes de partir de Rivendel, pues mucho han ofrecido los primeros nacidos y solo recibieron al principio peticiones, quejas y lamentos. Pobre es la naturaleza del hombre, que se ve a sí mismo como un triste y vago reflejo de lo que fueron sus primeros padres. Triste es su destino y doloroso su don, de vida frágil y efímera, deben aprovechar sus días si desean dejar huella en la tierra que pisan, si desean ser recordados delante de los fuegos de sus descendientes o cantados en las cortes de los reyes. No solo el tiempo y el destino de aquellos que salieron de usûlun decidirá tal cosa, pues se podrá decir que fueron ingenuos, que tomaron caminos erróneos y que pocas veces acertaron, pero ninguno dirá cuando pronuncie sus nombres que no fueron valientes. Si avanzan, avanzan todos, si caen…. mueren todos.
La naturaleza del hombre es caprichosa, como la de un niño, que solo pide y pide más cuando se le da. Es de hombre de honor el agradecer a su maestro las enseñanzas, el respetarlo y honrarlo, pues al ser discípulo suyo, sus acciones son también las de su maestro y sus virtudes sus aciertos.
Y yo, Sunthas que entre en Rivendel como Escudo Quebrado salgo ahora como Sunthas Aratar de Varda, agradeceré hasta el fin de mis días cada palabra que escuche en Rivendel.