De los diarios de Fëaglin Gilmaeg.
Frío: En realidad, la palabra frío, no se ajusta a lo que estamos experimentando. Todo se detiene, la vida deja de tener sentido y lo único que deseas es que tu propia sangre no siga el impulso que le pide a gritos parar en el momento entre latidos de corazón, que tu aliento no se convierta en un bloque de escarcha y te arrebate la vida.
Esperanza: He de dar gracias a Elbereth por darme la fuerza para dar un paso más, para elevar las manos de un saliente a otro, con los dedos congelados dentro de unos guantes congelados y duros como el hielo al que se aferran en esta montaña… Pero debo darle las gracias por tantas y tantas cosas, además de su Luz que me guía… Sobre todo, por mis inestimables compañeros de aventuras sin cuya ayuda no habría llegado tan lejos en esta senda en la que está en juego el Bien y el Mal en Ëa…
Fuerza: Como la de Sunthas Espino Negro, Gulthar el magnífico, Adrahil el Sagaz, Forak el forajido, Din y Dolin los nobles y poderosos amigos del sabio pueblo enano. Tanto ellos como nuestro gentil y avezado guía de los primeros nacidos, como yo mismo, vuestro humilde servidor, parece que estamos a punto de desfallecer en nuestra ruta hacia la cima, donde parece residir el frío de la mismísima muerte.
Espanto: Al llegar a la cima, con nuestro espíritu casi agotado, la visión de lo sobrenatural nos paraliza cuando ante nuestros ojos casi congelados se muestra la belleza paralela y cuadriculada del orden perfecto, de algo sólo concebible por y para las mentes de los dioses, de los Vala. Una construcción ciclópea de geométricas formas de la cual parece emanar el frío más puro que hay en el espacio entre las estrellas. Alrededor suyo, salvo por algunos rastros ennegrecidos del paso de Scorba, cuya estela de destrucción le acompaña allí por donde pasa, todo es la paz del olvido, hasta el mismo tiempo parece congelarse invitando a los mortales a abandonarse ante la luz hipnótica que del frío emana…
Luz: Cuentan las leyendas que mucho antes que los navíos del sol y la luna cruzaran el cielo, mucho antes de la aparición de los primeros nacidos, cuando la creación era aún joven y si ponías atención todavía se escuchaban los ecos de las dulces notas de la Canción de Eru Illuvatar, los grandes poderes decidieron alumbrar el mundo con dos grandes lámparas en los extremos norte y sur de Arda… De las descripciones que una vez leí en viejos libros polvorientos creo recordar que Illuin se llamaba la lámpara que cayó en el norte, por las malas artes de Morgoth, el enemigo original. Es imposible que lo que estamos contemplando, anonadados, sea algo que no formara parte de esa luz del norte, tan terrorífica como hermosa, como astro derrumbado en mitad de la nada.
Oscuridad: Tomamos el camino de descenso entristecido por no haber encontrado al gusano abatido, extenuados y enfermos por el frío y la sensación de haber dejado un poco de nuestra esencia, de nuestra propia alma congelada en presencia de la abrumadora prueba de poder de los Valar, capaces de crear un artefacto como el que hemos contemplado, que a punto ha estado de llevarse nuestras vidas por su mera presencia. Así es la Voluntad de Varda. Y si a ella le place encontraremos la cura, pues ella es la luz fría y la llama caliente y en su benevolencia reside nuestra fuerza.