Aquellos días quedan muy lejos, pensaba Adrahil. Parecían lejanos como un sueño que apenas alcanzas en ese instante tras despertar, le costaba recordar con exactitud que les había llevado a dudar de la muerte certera de sus hermanos en los Reinos Pálidos.
Tal vez fueron aquellos sueños o tal vez la imposibilidad de aceptar que no hubieran podido vencer también ese obstáculo, ¿pues no era la Muerte tan solo una puerta? Sí recuerda con emoción como se reunieron todos de nuevo, como guardaron el rencor para dar paso a la esperanza, como caminaron en aquella noche, al abrigo de las estrellas, a las tumbas de Gulthar y Sunthas. ¿Qué terrible magia había sido capaz de mantener sus cuerpos incorruptos después de tantas semanas?
Se concentró para alcanzar con exactitud en su memoria los rostros de Tolwen y Aö, sus sonrisas cómplices, el beso que ambas dejaron en las mejillas de sus hermanos caídos, y las palabras que susurraron al oído de ambos muertos. ¿Era posible que hubieran sido capaces de vislumbrar un hilo de esperanza, un sendero que transitar para esas dos almas cuando todo se creía perdido?
Después sabría de sus hermanos que ambas dijeron “la Muerte es solo una Puerta”, ¡qué dulce ironía y qué cerca estaban sin saberlo!
Ahora, en la tranquilidad del valle de Imladris, mientras observaba las estrellas de las últimas noches de noviembre recordaba las palabras que había pronunciado ante el Rey de los Senderos de los Muertos, de como había cambiado las dos vidas de sus hermanos por un Juramento solemne y de como, de una manera sutil, sabía que volvería para hacer valer su promesa.
De alguna forma, tal vez debido al haber estado tan cerca de la Dama-Niña Estel, supo con certeza que no faltaría a su palabra y que aquel viaje, ese que iniciaba sería el que determinaría el futuro de la Edad del Hombre.
Levantó la mirada de su libro de viaje y encontró a Glorfindel, el Maestro de Armas de la Casa de Elrond, mirándolo fijamente: “Dejad vuestra pluma, joven Adrahil, y bebed conmigo. Pronto partiréis y quiero compartir un buen vino con un hermano.”
Cuando los usûluni partieron pocos días después el elfo los siguió con la mirada largo tiempo:
Sed cautelosos y rápidos, visibles e invisibles, fuertes y débiles pues vuestra carga no será menor. Cuidaos de la piedra y el tronco corruptos, resistid en la adversidad. Recordad la tercera llamada.