De nuevo siento cada hueso de mi cuerpo al quebrarse, cada músculo liberando toda la tensión a causa de la profundidad de los cortes… El terrible dolor de cabeza me nubla poco a poco la visión, el sentido del combate… El yelmo del portador se me hace casi insoportable. Pero a pesar de todo soy consciente de donde me encuentro y aunque parezca mentira mi adversario no ha penetrado mis defensas…. Aun.
Durante unos breves instantes recuerdo como llegue a esa situación, el rápido, pero infructuoso asalto a la mansión de los Graben, donde los enanos, autenticas rocas en combate cerrado y pésimos escaladores alertaron a la guardia, aunque logramos acabar con ella rápidamente… Las imagines se me cruzan y mezclan en un sin sentido combate en el tejado de la mansión, donde solo a fuerza de voluntad repelíamos los continuos ataques de los innumerables Graben.
Cada uno con en su batalla particular, ya que al ser superados en número, la supervivencia cobro tintes dramáticos. Lo poco que recuerdo a continuación es deslizarme hacia el interior de la mansión buscando dos cosas, primero buscar un segundo frente y segundo un posible lugar seguro, pues poco duraríamos si seguíamos manteniendo el combate en tan precario y amplio terreno.
Un nuevo golpe, mi escudo torre negro como la noche y tachonado de enormes púas detiene el terrible golpe que me hace retroceder unos pies, pero rápidamente recupero la posición. Ese terrible golpe me hace reaccionar y ser consciente de mi situación, alejando con un grito y apretando la mandíbula toda esa vorágine de imágenes me concentro en el combate y en el ser que se encuentra enfrente de mí, donde una espada cuelga de un brazo inerte y con el otro blande un hacha con terrible fuerza. Me encuentro en el interior de la mansión, en un amplio pasillo donde, después de abatir a dos Graben, me enfrento a Ezequiel, y a causa de los terribles golpes de este me obliga a retroceder hasta la entrada de una habitación, donde mantengo la posición. Aunque el combate solo dura minutos, parece eterno. Mi adversario es extremadamente fuerte y rápido, y gracias a que le he dejado inútil un brazo mi resistencia se me hace un poco más liviana. Pero no solo sus golpes hacen temblar mi escudo, sino que si su arma logra rasgar mi carne, una parte de mi alma es absorbida, me debilita… Una fila de Graben, como marionetas manejadas por dedos oscuros, esperan su turno para enfrentarse al templario de Varda. Solo puedo esperar a que mis compañeros vengan, pues solo es cuestión de tiempo que superen mi guardia.
El tiempo permanece parado ¿…? El sudor que me cae por el rostro se mezcla con el de mi sangre. Los gritos de mis compañeros en el tejado, el ruido de metal contra metal y el olor a sangre y humo hacen de este un duro combate, donde siento como poco a poco siento que el cansancio se apodera de mí, cosa que no ocurre con nuestros adversarios, que parece que podrían permanecer combatiendo un tiempo indefinido.
El casco sonriente del portador me permite ver unas sombras que se adentran por el pasillo lateral… Usûlunis, la figura de Gulthar y Adrahil son inconfundibles, y más las recortadas de Dîn y Dolin, seguidas de Forak. El combate se inclina favorable a los usûlunis en un principio, acabando con Ezequiel y avanzando por el pasillo, abatiendo a los Graben y manteniéndolos entre el fuego. Fuerte es el coraje de los usûlunis, su bravura hace tiempo que se demostró y ya no luchan por el honor del combate, sino por la supervivencia y por ver un nuevo amanecer. Las espadas y mazas de estos son acompañados por el crujir de huesos, y aunque inmunes al dolor, sus cuerpos caen en el pasillo inerte.
Dîn y Dolin avanzan, pero una terrible criatura les hace frente y los detiene, su figura es pequeña, y con el fulgor rojizo que se asoma por las escaleras, la hace poseedora de una imagen realmente amenazadora. Los golpes devastadores de esta nueva criatura hacen retroceder poco a poco a nuestros valientes enanos, que aun sabiendo de su inferioridad, intentan mantener la posición. El único usûluni capaz de detenerla, que no vencerla, soy yo, viendo como son de terribles los golpes que descarga sobre los enanos y su habilidad, decido hacer una defensa férrea y emplear toda mi capacidad como maestro de escudos, así que envaino la negra espada ancha y saco la enorme red verde que me sirve como escudo. Así que con el escudo torre en el brazo izquierdo y la enorme red en el derecho me dirijo a relevar a los valientes enanos, mientras Adrahil y Forak defienden la ventana del pasillo por el que hemos accedido y Gulthar da buena cuenta de los pocos Graben que se interponen entre nosotros.
Al llegar a la posición de los enanos, veo las condiciones de estos, la fortaleza de ambos está muy mermada, el suelo de vieja madera esta cubierto de la sangre de los enanos, y su madera se vuelve más negra aun, como si absorbiese la sangre de estos. Los antes fornidos hombros parecen soportar una carga ya demasiada grande. Aprovechando un momento que Dîn es golpeado avanzo y me enfrento a la criatura, el calor del fuego ya se percibe detrás de esta, el humo penetra en mis sentidos mezclándose con el olor a carne quemada, seguramente el fuego ha consumido gran parte de los Graben que permanecían atrás, y parte de la estructura de la casa.
Marieta, que así se llamaba esta criatura, sin ningún ápice de temor al fuego o sentimiento alguno de dolor, empieza a descargar sobre mí unos terribles golpes, más aún que el propio Ezequiel, y mientras descarga el primer golpe pronuncia unas terribles palabras “Yo soy la primera“. Estas terribles palabras resuenan en mi mente mientras tanto el escudo como la red detienen cada uno de sus ataques, mantengo firmemente la posición, pero debo emplearme al cien por cien en la defensa y en parar cada uno de sus golpes, impidiéndome el contraataque. Si, ella es la primera del linaje de los Graben, pero este oscuro linaje no se enfrentó jamás con los usûlunis, nuca se enfrentó con adversarios con tanto coraje y determinación.
El fuego avanza como en una pradera seca, la vieja y descuidada estructura de la mansión hacen un combustible perfecto, que engulle poco a poco y de forma irremediable a los últimos Graben que permanecen detrás de Marieta, la imagen no puede ser más escalofriante, ver como el fuego consume sus carnes, y estos no emiten ni un sonido de dolor, ni una queja, simplemente permanecen a la espera de poder encontrar un hueco por el que atravesar mi guardia, mientras el fuego lento, pero inexorablemente va consumiendo madera, carne y hueso… el momento en que Marieta atravesaría mi defensa no llego, y con la ayuda de Dîn y Dolin, la obligábamos a ser abrazada por el fuego en varias ocasiones, y aun ardiendo seguía golpeando con terrible furia mis escudos. En el último empujón hacia el fuego, retrocedimos lo justo para poder golpear a la ardiente Marieta, y así fue como por fin los usûlunis acabaron con “la primera de los Graben”, y con la terrible maldición de los Graben, el ruido ensordecedor del ala oeste de la mansión nos apremió a abandonar esta y buscar el refugio del bosque, allí vimos como los pocos Graben que permanecían en los alrededores perdían fuerza y se desmoronaban, como si Marieta o quizás la mansión fuesen su sustento, oscuras alianzas debieron firmarse en esa mansión consumida ahora por las esquirlas de Dîn.
Una vez restauradas las heridas más apremiantes, nos dirigimos sin demora a El Calamidad, donde allí nuestra aventura al norte dio un giro vertiginoso. Pero no será Sunthas quien os narre lo que ocurrió a continuación, sino alguien más versado en las palabras, donde su pluma a veces parece que cobra vida propia y nos describe con sus palabras como si nuestros propios pies pisaran esa misma tierra.
No corresponde a Sunthas Espinonegro el honor de narrar lo ocurrido a continuación, sino a alguien que permaneciendo en las sombras es conocedor de todo. El posadero de Los Cinco Gatos.