Todos conocéis ya lo acontecido a continuación de mi relato Escudo y Fuego, pues el posadero lo describió con no pocos detalles. Muchos sucesos han acompañado a los usûlunis, algunos felices pero quizás más pesarosos y dolorosos. En muchas ocasiones hemos debatido sobre ciertas formas de actuar, pues nuestro grupo es bien dispar y ya de sobra nos conocéis. En otras no han hecho falta palabras y conversaciones, pues nuestra respuesta se veía reflejada en nuestras pupilas.
Pero quizás la muerte de Idril sea el momento más duro al que nos hayamos encontrado, no me refiero al combate en sí, ya que solo basto un golpe del escudo negro para destrozar el pequeño cuerpo de la última capitana de El Calamidad. Me refiero a las acciones y pensamientos de los miembros del grupo. Intentaré analizarlos pues aunque duró apenas algunos segundos los momentos después de su muerte parecían días. Desde que con engaños, negarlo seria como negar mis acciones, logramos bajar a la capitana del barco maldito, todos los miembros del grupo sabían mis intenciones, pues no pocas veces han luchado al lado del templario de Varda y no pocas han visto como actúa. Muchos lo llamarían temeridad, locura e incluso soberbia, pero ninguno de ellos que juzgan tan alegremente mis acciones y actúan tan a la ligera como jueces conocen lo que es el no sentirse solo con cada golpe, una fuerza creadora de este mundo, más antigua que las montañas corre por mi cuerpo, dándome la fuerza que muchos carecen, dándome la voluntad que muchos desearían y dándome el honor que muchos perdieron y olvidaron.
No es Sunthas Espinonegro el que juzgo y ejecuto a la última capitana de El Calamidad, fue su segunda visión, sabiendo que Varda caprichosa se comunica con el de muchas maneras, algunas más claras y otras con ciertos enigmas, pero todas ellas veraces. Idril poseía una aura oscura como la noche, su alma negra había dado muerte en incontables ocasiones a personas inocentes… ese fue el juicio, breve pero conciso. Sabiendo de esto y dándole una sola oportunidad para defenderse, lo cual no hizo, vino la ejecución. Una vez más la fuerza sagrada corrió por mi brazo, un tenue brillo asomo al descargar el golpe y una vez más, una criatura oscura sucumbió.
El maestro Dolin quedó perplejo, si bien no es amigo de juicios rápidos, vi en su rostro la incertidumbre y por un momento vi un destello de miedo, fugaz, pero apareció y se la pregunta que se hizo: ¿se ha vuelto loco?, no puedo culparlo, es una reacción lógica, pero las respuestas a todas las preguntas las desconozco, solo se una que sobrepasa a todas, la capitana era una criatura oscura, desconocemos sus verdaderas intenciones, si estaba empezando el camino de la redención el escudo del templario acabo con él, la vida da pocas segundas oportunidades, si es verdad que Idril seguía ese camino, demasiado tarde lo empezó.
Dîn, mi viejo compañero, quizás el que mejor me debería conocer, también dudo de mi acción, una duda momentánea le cruzo el semblante, pero su brazo fuerte portaba la maza de Setmaenen, sé que si no llega a ser mortal mi golpe, hubiese descargado su maza sobre ella.
Gulthar, el del ojo certero, emboscado en un bosque cercano a la embocada a la capitana permanecía con la magnífica ballesta de Spa, dispuesto a descargar dos virotes sobre Idril a la menor ocasión. Fue el quien con el extraño casco de lobo desenmascaro a la capitana. Desde que porto el Martillo del Mundo Subterráneo, muchas cosas oscuras le han ocurrido, quizás demasiadas, sé que a veces camina por la delgada línea que separa el bien del mal, pero en el momento de duda, surge de él una fuerza que le aclara el camino a seguir. Dude de los descubrimientos de Gulthar, hasta que yo mismo los vi en mi visión, ya no tenía dudas. De entre todos los usûlunis, es quien más estaba conforme con mi actuación y quien la compartía por completo.
Adrahil, quizás el que más me sorprendió, aunque como Dolin y Dìn, dudo un momento de mi juicio e intento mediante Magram disuadirme, pero sin conseguirlo. Poco tiempo lleva con nosotros el montaraz, aunque sobradas veces ha demostrado su valía y compromiso. Montaraces, quizás demasiado tiempo vigilando y muy poco actuando. Sé que él hubiese actuado de otra forma, aunque el final hubiese sido el mismo, pero mi pueblo ha sufrido demasiado y ya pocas explicaciones pido y aún menos oportunidades. Nuestras misiones nos han enseñado que el mal posee muchas caras y algunas de ellas amables y bellas, con palabras dulces y engañosas. No, no malgastaré ni una palabra más de la cuenta para pedir explicaciones. Si los montaraces quieren inmiscuirse en los asuntos de mi pueblo, que lo hagan, pero no seguiré las reglas que marquen si existe la mínima posibilidad de que mi pueblo vuelva a sufrir como lo hizo en la Ciudad de Madera. Espero que algún día lo entienda, mi estimado Adrahil. Hay muchas situaciones que se requiere de la palabra y la negociación, pero otras, el acero de la espada es quien habla, el brazo quien ejecuta,y el alma quien busca si es correcto o no.
Yo si lo sé, aunque comprendo las dudas de mis compañeros, no las comparto. Soy el brazo ejecutor de mi señora, el tiempo que dure en esta tierra, seré temido por mis enemigos.
“Cuando la canción del acero comience, la última nota la dará mi espada”. Compendio I, Las vías del Temple.